retrato a un moro perverso
En Semana Santa a Mario Heredia.
Si yo te pintara, envejecería leyendo lo que tú cada noche escribes, y mi cabeza, como la tuya, se coronaría de grillos; mis piernas cerradas por la noche atraparían la araña que alcanzó el ombligo... y tus silencios sudando claroscuro, entregarán flores blancas y pinceles, para que en santo silencio yo te trace.
Entonces, reinventaré tu cuerpo de seis lunas y tu corazón grande y marchito, y alrededor de ti, con iridiscentes pasiones, colocaría flores desconocidas, impulsadas por la memoria de tu gente, –que no conozco– y sus sombras que me tocan, reclamando tu regreso.
Delinearé tus amores y conquistas con espinas y tonos morados de místico altar de Dolores, en donde cuerpos desnudos sin nombre no regresan... sombrearé de grises tu cama silenciosa y arrepentida, rezando el perdón sin tu permiso.
Abriré una ventana en el baño de tus cavilaciones y con fervor de siglos pintaré cada mosaico que tocó tu espalda y mi perversidad, adentrándonos noche y día sin tiempo; alientos exhaustos buscan el mar. Los azul verdes cubrirán tu cuerpo y el mío; tus manos tibiarán el fuego de tu memoria y la mía.
Los ángeles que son hombres; los hombres que son ángeles se abrazarán de bruma y nos conducirán al rincón bajo del lienzo y firmaremos con responsos tu retrato.
Leticia Gomez Ibarra, abril de 1998.
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