Me casé en San Sebastián del Oeste y casi se me había olvidado.
El pueblo es un lugar de silencios y de nubes, su entrada por la sierra está empedrada y árboles frondosos y viejos custodian el camino.Dicen que las nubes y la bruma bajan por las tardes y el viento corre entre las calles buscando la sombra de los muertos.
El Templo de San Sebastián está en el centro del poblado y tiene jardines a los lados. Cuando yo buscaba la puerta, el sol de medio día se recargaba en las paredes y en el campanario; el aroma de una magnolia en destiempo me llevó al árbol verde brillante, en donde descubrí dos flores y me incliné con devoción a gozar su aroma. Ahí estaba el hombre que cuidaba las magnolias, ése el de los ojos negros, con el que me iba a casar.
Me tomó del brazo como si de siglos nos hubiéramos conocido y me encaminó dentro del templo de San Sebastián, ése Santo que yo no conocía, y él, el de los ojos negros me empezó a contar su historia, sus flechas en el cuerpo y todo lo hermoso que era. En silenciosos pasos apareció una viejita con mandil almidonado y dos llaves de fierro colgadas en la cintura, nos dijo que no podíamos ver al Santo porque la Virgen de agosto lo tapaba, que estábamos en septiembre y no la habían quitado del altar:
-- Pos en éste pueblo casi nadie vive.
Entonces, el cuidador de la magnolia, el de los ojos negros me dijo al oído:
– Nos vamos a casar –y me entregó su brazo, lo seguí y caminamos con paso de ceremonia cantándome bajito.
Cuando llegamos al altar, un monaguillo rubio descubrió el cortinaje de la Virgen, y el novio y yo por fin, vimos a San Sebastián mi padrino de boda. Yo no sé si me dio gusto o de tanta pena no pude gozar ese extraño sueño del
seguía cantando la marcha nupcial, y yo me avergoncé, miré a San Sebastián y me dijo:
– No te creas de la boda, el novio, ése el de los ojos negros, juega y juega para coleccionar recuerdos y después escribirlos en la plaza. Siempre espera a alguien que cruce el atrio y si la magnolia florece es que tiene el permiso y la bendición para casarse. Despoja a la novia aquí frente a mí. Tiene años y años esperando la bendición de la magnolia.
Ahora también me acuerdo que ésa noche de ése día que me casé, no volví a ver al novio, se fue, y su silencio me apachurró mi corazón. Esa noche de ése día ya no volvía tocar sus manos, yo..... la novia.
San Sebastián del Oeste Jalisco, septiembre, 1998.
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