MARIO HEREDIA
Carta de amor de un niño perverso a una estrella.
Un mar de arena húmedo está el sol.
La luna recoge frutos madurados por la noche. Estática es la luz y el horizonte.
A la vida la detuvo el pincel de Leticia maga.
Sus colores son cárceles del tiempo, moribundo andar que aún no se atreve a traspasar el lienzo.
El color se ríe, el color es un espejo mentiroso deformado por el miedo a pintar su cara en el retrato.
El artista está ahí, no cabe duda, sólo falta a la mujer desanudar el cuerpo,
abandonarlos sobre la tela y volar al universo.
Octubre 1999.
Dedicatoria a Leticia.
Alegría, olor a nube y cocina de mañana.
Junto a mi siempre, en las buenas y las malas,
con un cuchillo para abrir las páginas de un libro,
o una almohada para hacer descansar mi cabeza.
Hoy, contigo y por los siglos de los siglos Benditos seamos.
13 de noviembre, 2000.
Breve crónica de la niña que se tragó al mar.
El mar fue arrastrado por la lengua y con enojo vio cerrarse la boca tras su paso.
El cuerpo de la niña se entintó de añil y su piel tuvo el sabor de la sal que se compra en el mercado.
Sus pupilas reflejaron viejos barcos y sus labios fueron puertos de otros labios.
Un florero se rompió en la casa oscura y tres arañas diminutas hilaron la historia de la niñamar tan solitaria.
¡Ah!, la niñamar tan solitaria como el pino que se asoma por el turbio ventanal de la memoria, de un viejo arrepentido de sus años.
La niñamar tiene ahogado el corazón y algas y peces, pulpos delfines y ahogados, derraman su sombra sobre esa piel esmerilada y lacia.
Caven la fosa lo más hondo que se pueda, caven, caven hasta encontrar un río avergonzado
que la quiera llevar entre sus brazos y la haga vomitar doce mareas en lugar santo.
14 de enero de 1999.
Fragmentos sobre su pintura.
Los ocres que amaderan al cuadro, los grises, las tierras que petrifican el silencio,
que petrifican al amor, lo hacen realmente eterno.
A veces surge la figura de un pez, de un ojo, de unos labios que quieren pedir no sean borrados,
pero ya es tarde. Leticia no puede dar marcha atrás.
Leticia ha perdido el miedo y puede soltar el brazo, lanzar el color y dejarlo que caiga,
lento, que encuentre su lugar, se acurruque y descanso, o salga chillando por una hendidura y se desparrame.
Su mano corre sabia, se detiene se aleja, mide y musita una frase, apenas, en los hielos que hoy la siguen.
Una mancha que empieza a girar y girar en mi cabeza, una línea que siguen mis ojos hasta quedarse ciegos, un antiguo código que mi cerebro trata de descifrar. Y un color que se convierte en un grito, en un murmullo, en la caricia del viento, de una nota detenida ahí, por siempre. Así es la pintura.
10 de junio, 2005.
Una mancha que empieza a girar.
Una mancha que empieza a girar y girar en mi cabeza, una línea que siguen mis ojos hasta quedarse ciegos, un antiguo código que mi cerebro trata descifrar. Y un color que se convierte en un grito, en un murmullo, en la caricia del viento, de una nota detenida ahí, por siempre.
Así es la pintura. Eso quiero encontrar en la pintura, nada más.
Hace algunos años, cuando conocí a Leticia, su pintura empezaba a tener guiños que me gustaban, pero en general era su propuesta demasiado obvia, le faltaba la sugerencia que solo da el oficio.
Ha pasado el tiempo y esa terquedad que la caracteriza le ha ido dando ese oficio.
Ha comprendido que la pintura por sí misma, habla.
El pintor es un instrumento como el pincel o el acrílico, el bastidor blanco que espera... nada más.
Leticia ha perdido el miedo y puede soltar el brazo, lanzar el color y dejarlo que caiga, lento, que encuentre su lugar, se acurruque y descanso, o salga chillando por una hendidura y se desparrame. Su mano corre sabia, se detiene se aleja, mide y musita una frase, apenas, en los hielos que hoy la siguen. En su nueva pintura no hay naranjas ni rojos; no más gritos. Hay blancos. ¿Por qué?, el blanco es frío y es pacífico, ya no está la necesidad de gritar el miedo, la soledad, el abandono.
Hoy se puede cantar suave, se puede murmurar apenas el dolor, y es suficiente.
Una lágrima es suficiente para llorar a todo un muerto. Los ocres que amaderan al cuadro, los grises, las tierras que petrifican el silencio, que petrifican al amor, lo hacen realmente eterno.
A veces aún surge la figura de un pez, de un ojo, de unos labios que quieren pedir no sean borrados, pero ya es tarde. Leticia no puede dar marcha atrás.
Junio del 2005.
A un pintor renacentista.
Por esos hombres
peces luminosos
rosas.
Para entregarme a ti tendría que desnudarme de mis huesos, de mi piel, de mis años y entonces convertido en lienzo blanco dejar que tus manos provocaran a mi imagen Que tus manos hirieran con magenta mis rodillas hirieran mis labios y arrodillarme sí, ante esos cuarzos transparentes que tu llamas ojos y besar esos dedos que llamo pinceles y que, con prisa recorrerían mis contornos persiguiendo a los cangrejos que te llevarían a mar oscuro al más oscuro a encontrarte con mi príncipe encantado y con la virgen de la cueva resguardada por leopardos Surgirá el color de un solo trazo y mi vientre iluminado por la luz robada al mar esperaría con ansias tu nariz para inventar el olor que tu más quieras Para entregarme a ti tendría que llorar todas mis lágrimas hasta quedar libre de culpas convertirme en tieso amante en piedra antigua, en muro frío y dar la espalda a esas tres uñas que rasgarían mi piel grabarían cada deseo cada lengua portadora de tus nombres de tus besos de tus años encerrados por las aguas más saladas de la tierra
Luego, a esperar tu saliva mezclada con el rojo de la tarde esperar tu voz que pintaría dos rosas en cada una de mis ingles y ahí en ese altar vencido por el tiempo celebrar los dos el rito de la tierra y de los hombres. Para entregarme a ti tendría que cerrar los ojos a tus hombres, tus pasados que me miran aún sin rostros esos perfectos hombres que sonríen más allá de tus retratos Tendría que morirme más de cuatro veces hasta dejar todo color sobre el recuerdo y darte la oportunidad de reinventarme.
28 de octubre, 2005.