MANOS
Envueltos tu y yo en esta guerra perpetua sólo me queda mirar tus manos papá.
Los años nos han fatigado tanto. Hemos enterrado a nuestros muertos y tus
manos vencidas lloran porque no han cerrado mis ojos de mujer perpetua.
Hemos tocado fondo casi juntos, sin permiso de abrazarte; después me visto de
silencio y de insolencia para ver tus manos sin miedo, sin vergüenza y gozar
esos instantes de suavidad en que me sueño querida .
Altivas tus manos, engañan sus raíces con el brillo del anillo del Abuelo ;
herencia de primogénito no deseado, costo que aún estamos pagando.
Tus manos dan y quitan a mi madre, destruyen, ordenan y rechazan, edifican y
danzan sin sentir que las observo. No me lo prohíbas papá, he soñado que te
mueres y que por fin las toco... sin respuesta.
Leticia Gómez Ibarra, 1991.
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