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LETICIA GÓMEZ IBARRA

Javier Hernández Larrañaga​

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EL GENERAL RAMÓN CORONA Y LA PROFESÍA DE COVA CAÑEDO SOBRE SU VIOLENTO CRIMEN
Cova Cañedo en su agraciada juventud, adquirió celebridad porque en las provincianas kermeses tapatías, acostumbraba a organizar una tienda de cartomancia donde ella, vestida algo así como de gitana islámica y a cambio de un donativo para fines benéficos, leía la buenaventura a los curiosos que ponían a prueba sus célebradas predicciones.

En septiembre de 1888, a raíz de una tragedia colectiva sucedida en León Guanajuato, en junio de ese mismo año, el periódico Juan Panadero organizó en el teatro Degollado una “Jamaica” o sea una kermes según la semántica actual, es entonces cuando Cova soltera y casi ya de 30 años, cruza su vida con el General Ramón Corona entonces gobernador de Jalisco y casi ya de 52 años, cuando este visitaba la kermes y -conocedor del prestigio de la atractiva cartomanciana- decide entrar a la tienda para que por medio de sus cartas, le haga la predicción de su presumible halagador futuro, Cova, consciente del personaje que tenía enfrente, se concentra y empieza a echar las cartas, estando los dos evidentemente cómodos y con una sonrisa traviesa, la sesión transcurre en medio de una especie de complicidad agradable. De pronto, la sonrisa de Cova se borra un poco y repite varias veces una misma maniobra con las cartas, trata de disimular con conversación sus titubeos, pero todo es inútil, una misma carta insistía en manifestarse cada vez que Cova trataba de ocultarla barajándola…

La sesión se apresura y el General luego de entregar su donativo, se despide de Cova para seguir su recorrido, Cova en cambio, se queda sola tratando de recuperarse de su repentina zozobra, todo mientras retenía en sus manos la carta persistente, la que presagiaba la muerte violenta de él o de algún familiar cercano.

A poco más de un año, el domingo 10 de noviembre de 1889 a las 5:00 de la tarde, el Teatro Principal de las calles del Coliseo hervía de expectación, estaba lleno hasta los topes, todos los palcos ocupados y repletos. De repente, sorpresivamente, el telón se levantó y un público extrañado y tratando de guardar silencio, intentó rápidamente ocupar su lugar. En el escenario, un señor en traje de carácter, muy serio –don Nieves Sánchez, un actor y mil usos de aquel teatro-, dio la tremenda noticia de que el General Corona, que se dirigía al teatro en calidad de invitado de honor, había sido agredido gravemente por un desconocido y que, por tal razón, se suspendía el espectáculo. Al oír la noticia, el público, en verdadero tumulto, abandonó el salón para ir en busca de informes sobre el atentado... La función anunciada para ese domingo: Los Mártires de Tacubaya, del autor Aurelio L. Gallardo, nunca se llevaría a cabo...

De nada habían valido las angustias de Cova ni sus intentos de conjurar aquella ominosa profecía, la que se cumplió puntualmente, cuando el General Corona elegantemente vestido con levita negra cruzada, pantalón a rayas y sombrero apropiado para ceremonia, acompañado de su familia se dirigía caminando al no muy lejano Teatro Principal.

El destino se manifestó preciso, un extraño personaje, maestro de primaria y de nombre Primitivo Ron lo agrede por la espalda a puñaladas, lo deja tan mal herido que apenas sobreviviría a la noche, iniciándose así una serie de teorías fantásticas y encontradas que rodearían el incidente para siempre: Que Corona, aquel viejo soldado forjado a la lucha sin cuartel, en cuanto se sintió herido gritó a la manera de un prócer piadoso algo así como un increíble ;Desgraciado. ¿Qué haces? Yo te perdono, esa fue, por ejemplo, una versión de su amigo y principal promotor a la presidencia de la Republica el historiador Luis Pérez Verdía, otra versión, en la que el Dr. Atl expuso muchos años, aseguraba que él -entonces un niño-, desde un balcón había sigo testigo, y que hombres de apariencia maligna y conspiradora, habían estado con el asesino momentos antes del atentado, como asegurándose que este se llevara a cabo de acuerdo a un plan preconcebido.

Después de apuñalar a Corona -según una de las varias versiones-, el asesino intentó huir, pero lo pensó mejor y finalmente “se suicidó”, y lo hizo de una manera tan eficaz, que alcanzó a darse por lo menos cinco puñaladas en el pecho, y de esas cinco, por lo menos dos eran “Mortales por necesidad” … las dos.

Así se concretó la profecía inquietante de Cova Cañedo en aquella kermes provinciana, ella con el tiempo, se casaría con el arquitecto Guillermo de Alba y partiría a una vida con sus propios problemas.

Por su parte, los restos del General Ramón Corona no descansarían en la paz prometida, para llegar a su actual depósito en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, hubieron de pasar por lo menos por tres exhumaciones, dos de ellas en medio de sombrías elucubraciones no incluidas -hasta donde sabemos-, en la célebre profecía de Cova Cañedo. Pero eso, bueno…, eso es otra historia…

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